¿Ser mujer = Ser una avioneta DHC-6 Twin Otter? En defensa de la disforia de género

Quizás haya un único colectivo más machacado históricamente que los homosexuales: los transexuales. En muchos países, continúan siendo perseguidos, discriminados e incluso encarcelados o asesinados. Los rancios nunca duermen, siempre están muy preocupados por lo que hace la gente con sus genitales y su ropa; los rancios, vamos a decirlo, tienen poca vida propia. A la gente de derechas le hace tanta falta dedicar más tiempo a sí mismos como a la gente de izquierdas dedicar menos. Las organizaciones religiosas y los partidos casposos, aunque también han hecho lo propio los partidos de izquierda posmoderna, se han encargado de generar mucha desinformación al respecto, bajo la forma de discursos absurdos respecto a qué es y qué no es ser transexual.

Voy a intentar despejar algo de la mitología que envuelve al fenómeno. El trastorno que está en la raíz suele ser la disforia de género, el cual recibe interpretaciones distorsionadas por ambos frentes ideológicos. De un modo francamente estúpido, la derecha suele interpretarlo como una enfermedad causada por abusos sexuales infantiles o problemas emocionales de toda índole. Por otro lado, la izquierda, frivoliza con el trastorno en su proceso de deformar el concepto de género hasta los extremos más inverosímiles.

Tres niveles de análisis: sexo, orientación y género

Cuando hablamos de la cuestión de la transexualidad existen tres niveles de análisis diferenciados que no conviene entremezclar.

1) Sexo: Se refiere a si determinadas características biológicas básicas se corresponden con las de una hembra o las de un macho de la especie homo sapiens. Aunque el tema es complejo, dado que existe un número muy bajo de personas que constituyen lo que denominamos «intersexuales». En este sentido, en el análisis hay que valorar a) el cariotipo, si la persona tiene el cromosoma 23 de tipo XX o XY; b) el sexo gonadal, es decir, si tiene testículos u ovarios; y c) el sexo somático, es decir, si la persona presenta características morfológicas masculinas o femeninas. Lo más normal—en un sentido estadístico—es que las personas XY desarrollen testículos, barba y un cuerpo musculado, y que las personas XX desarrollen ovarios, caderas y pechos. Aunque las diferencias referentes al sexo somático no se limitan a la barba o en las caderas, la cosa va mucho más allá. Los niveles de andrógenos—testosterona, androsterona y androstenediona—y estrógenos—estradiol, estriol y estrona—también influyen en la funcionalidad y estructura de nuestros cerebros, propiciando que hombres y mujeres tengamos, siempre nivel estadístico, diferentes intereses y habilidades. Todas estas diferencias se ordenan como una clásica campana de Gauss, de modo que es posible que existan personas con sexo somático femenino con barba y amor por la ingeniería informática y personas con sexo somático masculino con las caderas anchas y trabajando en un departamento de psicología.

Pero existen personas que no se corresponden con la distribución estadísticamente normal de estos tres niveles de análisis sexual. Por ejemplo, a nivel de sexo genético, nos encontramos con casos de personas con síndrome de Turner, que son mujeres que únicamente tienen un cromosoma X en lugar del típico XX. Estas mujeres desarrollan un sexo somático femenino, aunque un sexo gonadal indiferenciado, dado que, aunque por fuera parece todo normal, por dentro no presentan ovarios desarrollados. Otro caso, esta vez en hombres, es el de las personas con síndrome de Klinefelter, que tienen un cromosoma 23 de tipo XXY. Esa X extra ocasiona que desarrollen ginecomastia—agrandamiento de las glándulas mamarias—, escasez de vello corporal, menor musculatura e hipogonadismo, siendo estos síntomas más agudos a más X extras tenga el cariotipo de la persona. También hay casos que afectan al propio desarrollo del sexo somático, aunque genéticamente se sea XX o XY. Por ejemplo, los casos de pseudohermafroditismo masculino—síndrome de insensibilidad androgénica—, causado por una baja o nula sensibilidad a los andrógenos, o femenino—hiperplasia suprarrenal congénita—, que consiste en personas XX que producen cantidades muy bajas de estrógenos. Estas personas desarrollan sexos somáticos y gonadales con características que se corresponden al otro sexo genético, por ejemplo, tendrán cuerpos de mujer aunque sean XY. Cabe decir que las consecuencias van más allá de lo dicho: dado que todos, hombres y mujeres, tenemos presencia de ambos tipos de hormonas sexuales (en niveles diferentes), existe un rango relativamente amplio de problemas médicos asociados a todos estos casos.

Entonces lo que hay son hombres y mujeres, y un pequeño grupo de personas que, por diversas cuestiones biológicas, no han desarrollado de un modo estadísticamente normal su sexo genético, gonadal o somático. Estas personas suelen identificarse como hombres o como mujeres y, dejando de lado las cuestiones que pueden diferenciarlos de la media, deberían ser tratados y entendidos como hombres o como mujeres de pleno derecho. Eso sí, todos nacemos con un sexo determinado aunque la distribución de características puede estar más o menos alejadas de la media; no conozco ningún caso de intersexualidad pura descrito en la literatura sobre la cuestión. En consecuencia, no existe tal cosa como un «espectro» de sexos—ni siquiera interpretando erróneamente los casos de intersexualidad descrita, dado que su baja incidencia estadística descalifica la idea del espectro o continuo.

2) Orientación sexual: Este concepto hace referencia a por qué sexo se tiene interés sexual o romántico. Es importante remarcar que la orientación sexual no describe preferencias a la hora de entablar amistades o compartir cervezas; se refiere a quienes quieres o no quieres follarte (orientación sexual). En este sentido, hay gente que prefiere montárselo con hombres, otros con mujeres y a otros les da más o menos igual de un modo más o menos variable. Así, tenemos hombres y mujeres heterosexuales—solo se quiere empotrar a gente del otro sexo—, homosexuales—solo se quiere golpear con gente del mismo sexo—o bisexuales—meterían pan en el horno de gente de su mismo sexo o del otro; aunque aquí hay un amplio espectro de grises. Respecto a la orientación sexual, da lo mismo las razones que uno tenga o deje de tener para montárselo con las personas. Da igual que únicamente te acuestes con alguien por su inteligencia, o por vínculos emocionales, o por aburrimiento, o por lo que consideres oportuno siempre y cuando, claro, sea una elección libre y disfrutada. Lo que se mide aquí es el sexo de las personas por las cuales mantienes interés sexual, nada más.

La orientación sexual no se elige; nadie se hace gay, lesbiana o bisexual. La homosexualidad tampoco puede considerarse un trastorno ni mucho menos una enfermedad. Los gays, lesbianas y bisexuales pueden ser más, tan o menos felices y sanos que otras personas siendo como son—siempre y cuando, claro está, los dejemos vivir en paz.

3) Género: El concepto más jodido de explicar y que más se ha ido distorsionando con la deriva ideológica que vivimos. El término «género» hace referencia al constructo cultural (uso el término «constructo» en sentido filosófico estricto) que cada sociedad puede o no desarrollar en relación a los sexos. Por ejemplo, una cuestión de género es el uso de la falda: en España la usan únicamente las mujeres, pero en Escocia la usan ambos sexos. Aunque eso va cambiando: hoy en día es normal que las mujeres usen pantalones y yo he visto hombres usando faldas largas—algo que ya hacían Miguel Bosé y Locomía con un estilazo de la hostia. Aquí entramos en el resbaladizo terreno de los roles y modas culturales relacionadas con el sexo; que los hombres le entremos a las tías en las discotecas y que ellas usen bikini en lugar de los bañadores largos de antes.

La pregunta del millón es: ¿hasta qué punto el género de las personas es un constructo social? La respuesta en extremadamente compleja y habría que analizar cada caso en particular, aunque, como suele pasar, el lugar razonable suele situarse en medio de los extremismos. Unos extremismos que en este caso suelen denominarse «determinismo biológico» y «ambientalismo»—aunque este último también recibe otros nombres más pintorescos, como «constructivismo social del género» o «sociologismo de género». En uno de los casos se piensa que los roles sociales se desprenden directa y unívocamente de las características biológicas de hombres y mujeres—existiría un conjunto de genes que determinarían al macho ibérico y al ángel de la casa—, y en otro que ser hombre o mujer sería tan constructo social como una lampara de techo o un tanque Panzer VI Tiger Ausf. B. Ambos extremos del espectro, no cabe duda alguna, constituyen conjuntos de ideas absurdas que han establecido diversas alianzas políticas aún más absurdas. Unos son los conservadores de «las mujeres a sartenes y planchas, y los hombres a rifles y escupideras», y los otros la izquierda descerebrada, esa de grandes éxitos como «no se nace mujer, llega una a serlo», «no existen los hechos, solo las interpretaciones» y «la talla 38 me aprieta el chocho».

La relación ambiente/biología es muchísimo más compleja que el determinismo o el ambientalismo, lo cual puede observarse con facilidad cuando se viaja, o al menos se lee historia, y se ven otras culturas. Hombres y las mujeres nos comportamos de determinadas maneras particulares muy universalizables, aunque existan variaciones culturales que afecten a la expresión de dichas propensiones. No estoy queriendo decir que todo tenga que ser como en las tribus de Papúa, pero, aunque la conducta humana es muy plástica, tampoco es agua que se adapte a cualquier recipiente.

En resumen, tenemos dos sexos—masculino y femenino—, tres orientaciones sexuales—heterosexual, homosexual y bisexual—, y un género construido sobre esa base. No es tan complicado y no se discrimina a nadie.

En defensa de la disforia de género

La disforia de género es un trastorno recogido en el DSM-V—el manual diagnóstico que usan los psicólogos y psiquiatras—. Describe un conjunto de conductas caracterizado por un profundo malestar, dado que las personas con disforia de género presentan una relación conflictiva entre dos categorías psicológicamente centrales como identidad y sexo. Es decir, no se trata de personas que no están de acuerdo con los roles sociales de hombres y de mujeres. Tampoco se trata de personas caprichosas que deciden sentirse así un domingo por la mañana de resaca. Normalmente, las personas que presentan cuadros de disforia de género comienzan a disociar su identidad con la de su sexo desde una edad muy temprana, y tienen rasgos hormonales algo diferentes a la media de su sexo. No es algo que elijan o que sea fruto de traumas infantiles. Por favor, dejemos atrás todas esas gilipolleces. Las personas con disforia tampoco padecen una enfermedad, dado que se trata de una condición psicológica que no tiene por qué repercutir en su salud física.

En estos casos, la ayuda adecuada no pasa por ser unos paletos inhumanos y usar «terapias» reparativas; esos centros horribles de evangelistas y fanáticos donde se tortura a esta pobre gente. Al contrario, la ayuda consiste en aceptarlos socialmente como el género que decidan adoptar—es decir, tratarlos como mujeres aunque su sexo genético o somático sea masculino, lo cual a todos los demás nos da exactamente igual—y darles todas las facilidades y apoyo si deciden, además, optar por un proceso de transición más completo—por ejemplo, asumir como un gasto público la terapia hormonal y el cambio de sexo genital. Estos personas requieren de nuestra ayuda y, sobre todo, de nuestro respeto y comprensión, porque lo pasan realmente mal. En Estados Unidos, la tasa de personas que presentan disforia de género es del 0,6% de la población, siendo, además, una grupo con una alta tasa de intentos de suicidio, ansiedad y depresión—especialmente antes de recibir la ayuda adecuada.

Las personas con disforia no pasan por una etapa transitoria. Al contrario, son tremendamente desgraciados viviendo como suele vivir la gente de su sexo somático. Es un trastorno, pero es un trastorno que se cura y, si todo va bien, desaparece. Una vez viven a gusto con su rol social y pueden sentirse identificados con sus cuerpos, las personas trans dejan de tener disforia. Es como tener una depresión: se tiene en un momento dado y, tras recibir la terapia adecuada, desaparece. Los trastornos no son condenas de por vida, al contrario, un gran número de ellos tiene carácter temporal.

En resumen, la disforia es un trastorno, no es un enfermedad, y no debería durar toda la vida.

Lo posmo: el sexo como relato

La posmodernidad es una enorme fábrica de tarados y eso es algo que no voy a discutir a estas alturas. Las características definitorias de este movimiento filosófico, que ha ido colonizando parcelas culturales como el feminismo o los estudios sobre el colonialismo, suponen una ruptura con los hechos objetivos y con los valores ilustrados—que consideran totalitarios y poco menos que Mefistófeles hecho Kant. Para los posmodernos, la realidad no es más que una enorme red de relatos identitarios que se oprimen unidireccionalmente unos a otros. Esta izquierda posmoderna, con su legión de ofendidos por lo políticamente incorrecto, también ha querido abordar el tema del género, pero a su manera, que es básicamente tirar por la ventana todo el conocimiento al respecto para acomodar el concepto a un marco filosófico extremista. En lugar de matizar y separan los niveles de análisis anteriormente mencionados, los fusionan en una espanto que denominaré «idea posmoderna de género» (IPG). El argumento básico de la IPG es que, si llevar falda y planchar es un constructo social, también lo serán los niveles genético, gonadal y somático.

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Los helisexuales (personas que se identifican sexualmente como helicópteros de guerra Apache AH-64), llevan tiempo luchando por entrar en la clasificación posmo de sexos/géneros. Es una parodia, pero, ¿por qué no? En serio, piénsalo bien, ¿por qué no?

La IPG, que, por alguna confusa razón, es entendido por cierta gente como la corrección política pertinente para no ofender a las personas trans, tiene implicaciones muy profundas. La primera y más obvia es la abolición de toda causa biológica para una diferencia conductual entre hombres y mujeres; algo que va en contra de los estudios biológicos y psicológicos. Los hombres y las mujeres tenemos campanas de Gauss diferentes y la sociedad no nos condiciona de un modo tan extremo como esta gente piensa. Igualdad legal y social no tiene por qué significar también igualdad biológica. Yo no soy biológicamente igual que mi vecino, aunque estadísticamente hablando seguramente me pareceré más a él que a mi vecina. El sexo existe y el género conversa, digamos que negocia, con él. El género moldea y condiciona, hasta cierto punto, lo que ya hay, pero no inventa de la nada que la mitad de las personas vayan a ser hombres y la mitad mujeres, y que esas personas vayan a tener propensión a comportarse de determinadas formas. El género no es enteramente un relato cultural.

La segunda consecuencia de la IPG consiste en conceptualizar las orientaciones sexuales como si fueran sexos y complicar su clasificación de un modo tal que no aporta absolutamente nada. Es decir, para esta gente no hay hombres y mujeres que son heteros, homosexuales o bisexuales, que es lo lógico de toda la vida, sino personas no-binarias—al menos, de momento, admiten que hay personas como entidades etéreas asexuadas—, andróginas, cisgénero, de género no fluido, de género no conforme, queer, pangénero, asexuales, demisexuales, intergénero, de género gris, demigénero, alosexuales, etc., etc., etc., etc. Esta idea es completamente errónea y supone un marco conceptual equivalente al de la homeopatía o la astrología. Lo que hay son hombres y mujeres que experimentan su orientación sexual de un modo u otro. No hay directamente asexuales, sino mujeres lesbianas demisexuales. Quedarse únicamente en el plano más superficial, el de la expresión subjetiva, invalida todo el análisis posmo del género.

Por último, la distorsión final de la IPG: el desprecio a la disforia de género. Existen determinados movimientos que, muchas veces en alianza con los perturbados de la antipsiquiatría, han defendido que la inclusión de la disforia de género en el DSM-V es una patologización de algo que no debería ser considerado de ese modo. De forma retorcida, consideran que el diagnóstico de disforia de género es equivalente a anunciar a saber qué preferencias sexuales. No hay absolutamente nada alarmante en ser asexual o lesbiano, pero la situación de las personas con disforia no es equivalente. No es que vivan su sexualidad de un modo u otro; es que no reconocen su cuerpo como propio y tendrá un alto riesgo de suicidio y depresión si no reciben la ayuda adecuada. Si no reconocer tu cuerpo como propio no es un trastorno, ¿entonces qué es? ¿No es nada? ¿Un capricho, una práctica sexual? Entonces, ¿ayudamos también a los poligénero pagándoles los dildos y a los alosexuales pagándoles las copas para el ligoteo? ¿O decidimos no ayudar a nadie y que las personas con disforia sean consideradas como los que se identifican como de género gris u osos? La solución no es abolir la consideración de ciertas cosas como trastornos, lo cual es el primer paso para ayudar a la gente que de verdad lo necesita, sino desestigmatizar y hablar de forma clara sobre estas cuestiones. La posmodernidad quiere cambiar estas bombillas girando casas.

No hay nada malo en decir que alguien tiene un trastorno, ya es hora de dejar eso atrás. Tener un trastorno no implica que tengas que estar limitado por ello toda tu vida. Nadie debería ser estigmatizado por algo así. Simplemente quiere decir que tienes un problema muy serio y que necesitas ayuda. La depresión, la anorexia, la bipolaridad, las compulsiones o la disforia de género no son cosas que vayan a dejar de existir si las llamamos de otro modo. Tampoco son cosas que merezcan ser frivolizadas. No sé, a veces escucho a esta izquierda infantil y me recuerda a esa extraña envidia que sienten los niños cuando su hermano se pone malo y ellos quieren recibir la misma atención. «Trátame igual que a las personas que tienen disforia, yo también quiero atención… ¿No ves lo desgraciado que soy? Mis problemas son culpa tuya, de los psicólogos, del mundo, del gobierno, del patriarcado…».

Por Angelo Fasce

Zebra

17 comentarios en “¿Ser mujer = Ser una avioneta DHC-6 Twin Otter? En defensa de la disforia de género

  1. Mis dieses a la entrada. Pero tío, lo de la depresión es una patinada guapa. En realidad es una enfermedad que se arrastra toda la puta vida, con sus más y sus menos, y el valorar a la persona ayuda… pero el decirle que con ser valorado y un poco de atención ya se curará, creo que eso es lo peor que le puedes decir a un depresivo.

    Igualmente, estupendo el blog, una gozada.

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      1. ¿Y la depresión endógena que no puede dejarse atrás? ¿Es transtorno curable? Creo recordar que fue el motivo por el que una holandesa de veintipico logró que le aplicaran eutanasia activa o suicidio asistido, pero hablo de oídas… :S

        Gran artículo, como todos los de «lo posmo»: la izquierda postmoderna es un cáncer más dañino para el progresismo incluso que la derecha más rancia y anticuada. Han degenerado unas visiones y valores muy válidos hasta convertirlos en una caricatura de sí mismos; causan más daño a mujeres, homosexuales, transexuales y demás con su paternalismo posturista que las ideas retrógadas de religiosos ultraconservadores.

        Gracias por el artículo poniendo los puntitos (aunque sea a hachazos) sobre las íes.

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      2. La depresión es una enfermedad que requiere tratamiento médico de por vida, puedes pasar un episodio y estar bien una temporada, pero tarde o temprano volverá, seguramente sin ningún desencadenante.
        El trastorno depresivo postraumático no es una enfermedad: aunque suelen confundirse ambas ideas el tratamiento y las consecuencias son totalmente diferentes.
        La bipolaridad tiene una fase depresiva y otra eufórica, y algunos psiquiatras mantienen que no hay depresión sin una fase eufórica más o menos desarrollada. Otros prefieren establecer una línea entre depresión y bipolaridad y solo considerarlo bipolaridad cuando la fase eufórica es verdaderamente problemática para la convivencia.

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  2. Hombre, voy a poner en duda lo que planteas sobre el «trastorno de disforia de género». Si una persona tiene depresión, actúas sobre «su depresión» y esa persona la elimina. Se eliminó la homosexualidad como trastorno porque, entre otras cosas, si se actuaba sobre «si trastorno» no solo no se conseguían mejoras sino que la persona empeoraba. En la «disforia de género» ocurre lo mismo, no se puede «tratar» para que vivan según su «sexo observable», porque las cosas salen mal… Si para todos los trastornos se trabaja para eliminar el trastorno, es decir, no se le da la «razón» a la depresión sino que se pretende disminuir o erradicar…. ¿por qué con la disforia le estaríamos dando la «razón» a la disforia cambiando, en última instancia, el «sexo observable» a la persona con pastillas/cirugía?… Por eso creo que no debería ser entendido como un trastorno, lo que no quiere decir que no necesiten ayuda psicológica (hay otras cosas que no son trastorno y que está indicado que reciban ayuda, por ej. las personas con baja visión)….Ea! Solicito respuesta a las dudas planteadas..

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    1. Cada trastorno tiene su propio enfoque y su propio protocolo. La homosexualidad se eliminó porque no tenía sentido incluirla, tanto a nivel estadístico como a nivel de que no pasa de ser un rasgo de la personalidad que no tiene implicaciones en la salud física o mental. La disforia sí las tiene, es gente que no reconoce su cuerpo como propio. Podrían haber dos enfoques, claro está. Podríamos intentar hacer que esas personas vieran su cuerpo como propio o podríamos ayudarles a conseguir vivir y obtener un cuerpo con el que se sintiera bien. Lo primero no funciona y créeme que se han hecho todas las tropelías de este mundo. Lo segundo sí, pero necesita de terapia, no solo psicológica sino también hormonal e incluso cirugía.

      Sobre lo de ‘darle la razón o no al trastorno’, ¿qué más da? No le damos la razón a la depresión porque darle la razón es empeorar la calidad de vida de las personas deprimidas. Sería un horror. Darle la razón a la disforia, en cambio, ayuda a mejorar la calidad de vida de estas personas. Lo que queremos es eso.

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      1. «Cada trastorno tiene su propio enfoque y su propio protocolo», es verdad, pero en ningún otro caso del resto (que son muchos) de trastornos que hay, se le da la «razón» al trastorno. Al ser un trastorno se intenta eliminar. Aquí en cambio se hace todo lo contrario… ¿no nos está dando esto pistas de que quizá no sea un trastorno mental? Es un «vamos a darle la razón al del trastorno que ni con terapia se cura» … Por eso me parece muy bien que haya colectivos que quieran cambiar esa denominación. Quizá sea algo fisiológico lo que les sucede… tiempo al tiempo

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  3. Hombre, voy a poner en duda lo que planteas sobre el «trastorno de disforia de género». Si una persona tiene depresión, actúas sobre «su depresión» y esa persona la elimina. Se eliminó la homosexualidad concebida como trastorno porque, entre otras cosas, si se actuaba sobre «ese trastorno» no solo no se conseguían mejoras sino que la persona empeoraba. En la «disforia de género» ocurre lo mismo, no se puede «tratar» para que vivan según su «sexo observable», porque las cosas salen mal… Si para todos los trastornos se trabaja para eliminar el trastorno, es decir, no se le da la «razón» a la depresión sino que se pretende disminuir o erradicar…. ¿por qué con la disforia le estaríamos dando la «razón» a la disforia cambiando, en última instancia, el «sexo observable» a la persona con pastillas/cirugía para que viva según dicta su supuesto «trastorno»?… Por eso creo que no debería ser entendido como un trastorno, lo que no quiere decir que no necesiten ayuda psicológica (hay otras cosas que no son trastornos y que está indicado que reciban ayuda, por ej. las personas con baja visión)….Ea! Solicito respuesta a las dudas planteadas..

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    1. Hasta donde me parece recordar, la disforia de género es un trastorno incurable en la actualidad. Probando diferentes métodos consiguieron que el que resultaba mejor para la mayoría de los casos era el aceptarlo y ayudar al paciente con la transición. Digo la mayoría, porque muchos pueden pasar por este proceso y seguir sin mostrar gran mejoría, al ser su caso más complejo (hay algunos que creen que son del género biológico deseado y reniegan haber nacido con el que en realidad tienen). Quizás por eso no se le trate como algo que se deba curar o eliminar: simplemente no se puede por ahora y emplean lo mejor que hay.

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  4. Pingback: Pluma Hóplita
  5. Una pregunta, ¿se estudian los casos de disforia a nivel genético? Por ejemplo, una persona con sexo gonadal y somático femenino, que desde su infancia presenta una identidad masculina, ¿tiene el cromosoma 23 tipo XX?

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  6. Y vuelva a lo mismo con tu pedantería, cuando has dicho que solo existen dos sexos has demostrado lo ignorante que eres… No existen dos tipos de genitales, ni dos configuraciones de cromosomas. Eso es científico, físico e irrefutable. Ese es el motivo por el que interpretar todas esas variables, como la de tener pechos y pene de forma natural. Genes de hombre y cuerpo de mujer. O vagina, genitales intersexuales y vello corporal haga literalmente imposible colocar a ciertas personas en solo dos categorías ideológicas inventadas llamadas «sexo», por eso se ha incluido el tercer género intersexual. Y todo lo que digas a partir de ahí son las típicas gilipolleces de niñato pedante que he leído en las cuatro tonterías con aires de superioridad que he leído en tu puerco blog de mierda…

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  7. Recien veo esta entrada y he de decir que es un verdadero desastre. Es un gigantesco error identificar ser una persona transgenero con la «disforia de genero» son dos cosas distintas, en las personas trasgenero hay una incongruencia entre el sexo biologico de origen y la identidad de genero que el sujeto asume. La «disforia de genero» implica un malestar clinicamente significativo, si una persona transgenero no presenta ese malestar entonces NO ES disforia de genero. De hecho bien podria abolirse el cuadro «disforia de genero» y reemplazarlo por una depresion ligada a la inadecuacion de genero que seria una clasificacion mucho mas acotada y precisa. Identificar cualquier critica a la existencia del cuadro a la «izquierda posmo» esuna imbecilidad…

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